
Por estos días, Colombia parece recorrer un sendero que otras naciones de la región ya han transitado, con resultados fatales para la democracia. Los paralelismos con Venezuela no son invento ni exageración: allá comenzaron por deslegitimar el Congreso, después la Fiscalía, más tarde las altas cortes, y finalmente, silenciaron a la prensa. ¿Acaso no vemos las señales? Aquí ya vamos en esa dirección.
La reciente alocución del presidente Gustavo Petro y su trino del pasado martes, donde ataca a la oposición y responsabiliza abiertamente a la prensa de ser la causa de la violencia histórica del país, no son una simple expresión de molestia. Son un síntoma. Un síntoma del desprecio por el disenso, por la crítica, por el libre ejercicio de la opinión.
El presidente sostiene que la prensa “desató el odio” y que fue culpable del asesinato de más de 300.000 campesinos. ¿Y el Estado? ¿Y los actores armados? ¿Y la política? En su narrativa, la culpa recae en los medios. Ese mismo discurso se ha usado para cerrar periódicos, encarcelar periodistas y eliminar la pluralidad informativa en otras latitudes.
Pero no es solo el ataque a la prensa. En los últimos días hemos visto cómo la no neutralidad el fallo contra el expresidente Álvaro Uribe, a quien muchos consideran hoy un perseguido político. El veredicto de la juez, más allá de lo jurídico, deja un sabor amargo, una duda instalada en el corazón de millones de ciudadanos. ¿Se trata de justicia o de venganza política?
Y lo más grave: el ciudadano de a pie lo está sintiendo. Se percibe en la calle, en los buses, en los cafés, en las veredas. Hay una preocupación creciente, sin precedente alguno, sobre el rumbo del país. No es chisme ni exageración: es una conversación nacional.
Mientras tanto, una minoría alimenta el fuego, y el discurso del presidente no ayuda. En vez de unir, divide. En vez de convocar, señala. En vez de construir, descalifica. Si seguimos por este camino y el izquierdismo radical sigue en el poder más allá de 2026, el deterioro institucional podría ser irreversible.
Hoy no podemos darnos el lujo de ser ingenuos ni de guardar silencio. Nuestra democracia necesita más ciudadanía activa, más voces que hablen, más ojos que vean, más oídos que escuchen. Y sobre todo, necesita más prensa libre, crítica e independiente.
Porque el silencio, en política, nunca ha sido garantía de paz.