
Ciudad del Vaticano – Desde las villas miseria de Buenos Aires hasta el balcón central de la Basílica de San Pedro, el camino de Jorge Mario Bergoglio, hoy conocido como el Papa Francisco, ha sido un recorrido de fe, humildad y profunda conexión con los más necesitados.
Nacido el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en la capital argentina, Bergoglio fue el primero de cinco hijos de una familia de inmigrantes italianos. Su padre, Mario, trabajaba en el ferrocarril, mientras que su madre, Regina, era ama de casa. Desde joven, Jorge Mario mostró un espíritu reflexivo, afable y comprometido con su entorno.
Una vocación inesperada
A diferencia de otros líderes religiosos, su camino al sacerdocio no fue inmediato. Estudió química, trabajó en un laboratorio y tuvo novia. Sin embargo, una experiencia espiritual a los 21 años, tras una grave neumonía, lo llevó a sentir el llamado de Dios.
Ingresó al seminario y más tarde se unió a la Compañía de Jesús, los jesuitas, una orden conocida por su rigor académico y su compromiso social. Fue ordenado sacerdote en 1969 y, a partir de ahí, su ascenso fue constante, pero siempre acompañado de una característica singular: su humildad.
Durante la dictadura militar argentina (1976-1983), Bergoglio vivió momentos complejos. Fue acusado por algunos sectores de no haber defendido lo suficiente a los sacerdotes secuestrados. Años más tarde, reconocería que no siempre actuó como debía, pero también se supo que había protegido a varias personas perseguidas por el régimen.
El arzobispo de los pobres
En 1998 fue nombrado Arzobispo de Buenos Aires y en 2001, cardenal por el papa Juan Pablo II. En la capital argentina se hizo conocido por su estilo sencillo: viajaba en transporte público, evitaba los lujos, cocinaba para sí mismo y predicaba con el ejemplo.
Era común verlo en los barrios más humildes, compartiendo mate con las comunidades más golpeadas por la pobreza y la desigualdad. Esa cercanía con el pueblo fue una de las razones por las cuales su nombre comenzó a sonar con fuerza en los pasillos del Vaticano.
La sorpresa de marzo de 2013
El 13 de marzo de 2013, tras la renuncia del Papa Benedicto XVI, el cónclave de cardenales eligió a Bergoglio como el nuevo líder de la Iglesia Católica. Tomó el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís, símbolo de la pobreza, la paz y el amor por la creación.
Fue el primer Papa jesuita, el primero latinoamericano y el primero no europeo en más de 1.200 años. En su primer mensaje al mundo, pidió algo insólito: que el pueblo rezara por él antes de dar la bendición. Fue un gesto que capturó los corazones de millones.
Un papado de reformas y gestos
Desde entonces, el Papa Francisco ha promovido reformas internas en el Vaticano, ha denunciado los abusos dentro de la Iglesia, ha impulsado una visión de “Iglesia en salida” —cercana a las periferias— y ha sido una voz firme frente al cambio climático, las migraciones, la desigualdad y la guerra.
No han faltado las críticas. Sus posturas sobre temas como la bendición a parejas del mismo sexo, la apertura al diálogo interreligioso o su estilo menos protocolario han generado tensiones con sectores más conservadores. Sin embargo, ha mantenido firme su convicción de una Iglesia más humana, inclusiva y comprometida.
El legado de Francisco
A sus más de 88 años, con problemas de salud que ha afrontado con serenidad, el Papa sigue siendo una figura influyente y respetada. Su vida ha sido llevada al cine, a la literatura y ha inspirado a millones alrededor del mundo.
Desde las calles de Buenos Aires hasta los pasillos del Vaticano, su voz resuena con fuerza en los momentos de mayor incertidumbre global. Francisco no es solo el Papa de Roma; es, para muchos, el Papa del pueblo.