
Era la noche del sábado 22 de marzo, pasaban pocos minutos de las 11:30 p.m., cuando el silencio de la madrugada se rompió abruptamente por el rugir del fuego. En el asentamiento Mi Nueva Esperanza, ubicado en el municipio de Yopal, el viento comenzó a soplar con fuerza, avivando las llamas que devoraban con rapidez las viviendas de madera y zinc. En cuestión de minutos, lo que había sido un hogar para muchas familias se convirtió en una enorme masa de fuego, humo y desesperación. Un vecino del sector, quien vio la tragedia desde su ventana, recuerda cómo las llamas crecían desmesuradamente, iluminando el cielo nocturno. «Fue algo impresionante. El fuego no tenía control, parecía que todo el barrio se iba a ir con él», cuenta, con la voz entrecortada por la emoción. El miedo se apoderó de todos, pero lo peor estaba por venir: 17 casas habían quedado completamente destruidas, y con ellas, 22 familias quedaron sin hogar. Afortunadamente, la acción rápida de los bomberos evitó una tragedia aún mayor. En cuestión de minutos, los hombres de fuego llegaron al lugar, y pese a las difíciles condiciones del terreno y la velocidad del incendio, lograron contener las llamas antes de que se extendieran a más viviendas. La alarma se encendió, pero la respuesta fue aún más rápida. Al amanecer del domingo 23, el pueblo ya estaba en movimiento. Las primeras horas del día fueron de incertidumbre, pero también de acción. Las autoridades locales, junto con el equipo de Gestión del Riesgo, comenzaron a evaluar la magnitud del desastre. La calma, aunque tensa, se fue apoderando lentamente del sector cuando comenzaron a llegar los primeros auxilios. En ese momento, no era solo la destrucción física lo que preocupaba, sino también las emociones de aquellos que habían perdido todo. La alcaldía y la Gobernación de Casanare desplegaron un equipo de respuesta urgente, y rápidamente se activó el Plan de Mando Unificado (PMU) para coordinar la ayuda. Las familias afectadas, en su mayoría de escasos recursos, recibieron las primeras ayudas humanitarias: mercados, kits de aseo, colchonetas, cobijas, y lo más importante, algo que podría parecer sencillo pero es fundamental en tiempos de crisis: la esperanza. «Ya no sabemos qué hacer, pero el apoyo que nos han dado nos hace sentir que no estamos solos», expresó una de las madres afectadas, mirando a sus hijos jugar con los pocos juguetes que pudieron salvar de las llamas. Esa misma mañana, la campaña solidaria ‘Renace La Esperanza’ se puso en marcha. La comunidad de Yopal se volcó a ayudar, con donaciones de alimentos, ropa, y sobre todo, materiales de construcción. La solidaridad de los casanareños se reflejó en cada gesto, en cada aportación. Mientras tanto, el refugio temporal se instalaba con carpas proporcionadas por la Gobernación, y las familias comenzaban a encontrar un lugar donde, aunque provisional, podían descansar de la angustia de la noche anterior. El lunes 24, el día comenzó con un desayuno comunitario organizado por la Gestora Social, Diana Soler, y el Director de Gestión del Riesgo, Guillermo Velandia. Aquel acto simbólico de compartir alimentos no solo nutría los cuerpos, sino también los espíritus de los afectados. El almuerzo, preparado con la ayuda de muchos voluntarios, fue más que una comida; fue una señal de que la comunidad estaba unida y que no abandonarían a quienes más lo necesitaban. Mientras tanto, las actividades de recolección de escombros seguían. Dos volquetas de la administración departamental removían los restos de lo que una vez fueron hogares, y el trabajo no se detuvo. Las donaciones continuaron llegando y, en cada esquina del asentamiento, se podía escuchar el sonido de la esperanza que renacía, en forma de herramientas, alimentos y abrazos. En la tarde del lunes, el ambiente se llenó de sonrisas de niños que, gracias a los esfuerzos de Acción Social, recibieron juguetes y calzado. También se organizaron actividades recreativas, que aunque simples, tenían un gran poder sanador. Era un recordatorio de que, a pesar del dolor, la vida seguía, y la comunidad no los dejaría caer en la desesperación. El martes 26 de marzo, aún continuaban llegando donaciones, y los trabajos de reconstrucción de viviendas empezaron a tomar forma. A la vez, los equipos de salud de la ESE Salud Yopal brindaron atención médica, realizando pequeños procedimientos de salud y ofreciendo apoyo psicológico para ayudar a las víctimas a superar el impacto emocional del desastre. Las horas pasaron, pero lo que quedó claro en Mi Nueva Esperanza es que, más allá de la devastación, la solidaridad no tenía límites. La tragedia desnudó las vulnerabilidades de la comunidad, pero también reveló lo mejor del ser humano: su capacidad para unirse en momentos de crisis. La comunidad de Yopal demostró que, cuando se trata de reconstruir vidas, la esperanza puede renacer incluso en los lugares más oscuros. Hoy, aunque las casas siguen en ruinas, Mi Nueva Esperanza se erige como un símbolo de la capacidad de resiliencia de quienes la habitan. Con el apoyo de todos, ese nombre, que alguna vez pareció una utopía, empieza a tener el verdadero significado que merece: un nuevo comienzo, más fuerte y más unido que nunca.